EUROZONA AC

(Eurozona antes de la crisis)

Aunque fue la crisis financiera internacional que estalló en 2008 lo que puso al euro en el disparadero, lo cierto es que ya desde la firma del Tratado de Maastricht fueron gestándose una serie de desequilibrios en el seno de la Unión Europea que las instituciones comunitarias no hicieron nada por contrarrestar (y eso cuando no los impulsaron directamente).

En Maastricht se establecieron dos posibles fechas para la puesta en marcha del euro: 1997 y 1999. Sin embargo, las previsiones iniciales demostraron muy pronto ser demasiado optimistas. El esfuerzo desatado para llevar a cabo la reunificación alemana provocó un alza de la inflación en Alemania a la que el Bundesbank respondió con una fuerte subida de los tipos de interés. Con unos tipos tan altos en Alemania, los capitales del resto de los países se iban allí en busca de mayores rendimientos, lo que obligó a dichos países a elevar sus tipos para evitar una masiva fuga de capitales.

Esta situación provocó una corta pero intensa depresión en Europa entre 1992 y 1994, y combinada con el ataque de los especuladores desató una auténtica tormenta en el Sistema Monetario Europeo que estuvo a punto de llevárselo por delante. Dicha crisis llevó a tal punto los déficits públicos que ni siquiera Alemania cumplía los criterios de convergencia en 1997.

Otra visión de Maastricht.


Ya desde la misma puesta en marcha del euro en 1999, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento fue incumplido de forma sistemática y llevó a continuas tensiones en el seno de la Unión. La propia Alemania sembró un gran malestar cuando bloqueó un procedimiento de déficit excesivo que iba a abrirle la Comisión Europea en 2003. En 2005, cinco de los doce países de la eurozona tenían un déficit superior al 3% del PIB. En 2009, tras el estallido de la crisis, todos los países de la eurozona salvo Finlandia superaron los límites permitidos del déficit y la deuda públicos.

Y lo que es peor, el propio diseño de la eurozona condujo a que en su seno se llevaran a cabo políticas económicas antagónicas y contraproducentes:
−        países del “corazón” de Europa como Alemania, Austria o Finlandia llevaron a cabo una devaluación interna en toda regla a través de ajustes de gasto, recortes salariales y flexibilización del mercado de trabajo.
La obsesión de estos países era ganar competitividad a toda costa. Una de las medidas más comunes para ello es la devaluación de la moneda, gracias a la cual los productos nacionales pasan a ser automáticamente más baratos que los fabricados en otros países. Sin embargo, la unión monetaria privaba a estos países de la posibilidad de ajustar sus tipos de cambio, por lo que optaron por practicar una devaluación interna.
Este proceso de devaluación interna es el que llevaron a cabo países como Alemania y Austria entre 2000 y 2007 para ganar competitividad a costa de sus socios europeos (en dicho período, la importancia relativa de la masa salarial en el PIB se redujo cuatro puntos en Alemania y cinco en Austria).
La devaluación interna no sólo supuso un gran sufrimiento para los pueblos que la practicaron, sino que perjudicó a los demás países tanto por la pérdida de competitividad como por la pérdida de compradores para sus productos.
−        países de la periferia como España, Irlanda o Portugal experimentaron elevadas tasas de crecimiento impulsados por unos tipos de interés muy bajos en comparación con los que hubieran sido aconsejables para su economía. Esos tipos tan bajos habían sido fijados por el BCE atendiendo a la situación de la economía alemana: una baja inflación y un anémico crecimiento debido al esfuerzo de la reunificación y a la devaluación interna.
Estos tipos demasiado bajos para lo que la situación requería fueron el caldo de cultivo ideal para incubar unas burbujas inmobiliarias colosales. Y no nos puede extrañar que así fuera. El dinero es como cualquier otro bien sólido, líquido o gaseoso: busca la salida más fácil. Con unos tipos de interés bajos, un sistema financiero desregulado y una deficiente supervisión, el dinero buscará el beneficio fácil y rápido de la especulación inmobiliaria antes que la puesta en marcha de actividades productivas menos rentables a corto plazo.
Al tiempo que se formaban estas burbujas, los sectores productivos de estos países iban adelgazando (ya que los beneficios estaban en la construcción) e iban perdiendo competitividad a marchas forzadas. Y así fue como a la altura de 2007 los 350.000 millones de euros de superávit comercial de los países del norte financiaban los 256.000 millones de déficit de los países periféricos.

Cuando un país compra más de lo que vende en el exterior está gastando más de lo que su capacidad económica le permite. Por eso, ha de financiar la diferencia pidiendo préstamos al exterior (como por sí mismo no puede generar todos los ingresos necesarios para pagar lo que compra, ha de pedir préstamos a los demás países). Es decir, cuando un país tiene un déficit comercial recurrente, es además un país endeudado con el exterior.

Así, Europa se estaba polarizando en dos grandes bandos: acreedores y deudores. Por expresarlo de forma muy simplificada, Alemania fabricaba coches y lavadoras para venderlos a España e Italia, y España e Italia tenían que pedir préstamos a Alemania para pagar los coches y las lavadoras que le habían comprado. Obviamente, un desequilibrio creciente como este no era soportable a largo plazo. El endeudamiento de los países de la periferia iba aumentando año tras año como una bola de nieve. Tarde o temprano llegaría un momento en el que habría que arbitrar una solución que, inevitablemente, acabaría perjudicando a una de las dos partes: acreedores o deudores.


En definitiva, con las poblaciones de muchos países castigadas y empobrecidas, y con las poblaciones de otros países con una riqueza sólo aparente, ya que se apoyaba en burbujas inmobiliarias bien cebadas y en un elevadísimo grado de endeudamiento, la situación en el seno de la Unión era una bomba a punto de explotar.



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