Cuando en 1957 se firmó el Tratado de Roma, por el que se
constituía la Comunidad Económica Europea (CEE), estaba claro que uno de sus
principales objetivos era afianzar la paz en Europa después de haber sufrido
dos guerras mundiales en menos de 25 años. Y lo cierto es que, salvo algún
paréntesis puntual, la Unión Europea (UE) se convirtió desde su fundación en un
espacio de paz y prosperidad, como demuestra el hecho de haberse convertido en
un intenso polo de atracción para los países de su entorno (cuando se fundó, la
CEE estaba formada por seis países; actualmente la forman 27 estados).
Desde este punto de vista, cobra sentido el premio Nobel de la Paz que la Academia Sueca otorgó a la UE en 2012, aunque en mi opinión el momento elegido haya sido el más inoportuno, con una UE imponiendo políticas de austeridad salvajes en nombre de dogmas neoliberales más religiosos que científicos y suprimiendo el más mínimo vestigio de solidaridad, con lo que se aboca a millones de personas al sufrimiento y la miseria.
En cualquier caso, al margen de este fin primordial de
asegurar la paz, los principales impulsores del Tratado de Roma, como fueron el
economista francés Jeann Monnet o el ministro de asuntos exteriores galo,
Robert Schumman, tenían objetivos mucho más ambiciosos: alcanzar una
integración europea total y constituir unos auténticos Estados Unidos de Europa.
Sin embargo, ante la imposibilidad de alcanzar de forma inmediata una unión
política total, desde un principio primó un punto de vista más pragmático como
el de Jeann Monnet y se optó por un proceso de integración gradual, paso a
paso.
Por tanto, nadie podrá decir que cuando en 1991 se acordó la
puesta en marcha de una moneda única europea, esta fuera una decisión
improvisada. De hecho, la primera referencia a una unión monetaria en el seno
de la CEE data de 1969, cuando la Comisión Europea presentó el denominado Plan Barre (Memorándum sobre la Coordinación de las Políticas Económicas y de la
Cooperación Monetaria en el seno de la Comunidad). A éste le siguió otro
informe encargado en 1970 a un grupo de expertos que se denominó Informe sobre la Realización por Etapas de
una Unión Económica y Monetaria en el Seno de la Comunidad. Este informe
fue aprobado por el Consejo Europeo en 1971, adoptándose así la primera
decisión explícita de avanzar hacia la unión monetaria.
Sin embargo, pocos meses después, el presidente
estadounidense Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar en oro,
haciendo saltar por los aires el sistema monetario internacional. El final del
sistema monetario basado en el patrón oro dio lugar a una etapa de grandes
fluctuaciones en el valor de las monedas de los distintos países. Un entorno
tan inestable hacía inviable a corto plazo el proyecto de moneda única.
Aun así, la CEE siguió dando pasos hacia la integración de
sus sistemas monetarios. En 1972, con objeto de dotar a los intercambios
comerciales intracomunitarios de una mayor estabilidad cambiaria, se creó la
denominada “serpiente monetaria”, un compromiso por el que los bancos centrales
de cada país miembro se comprometían a mantener el valor de sus monedas dentro
de una determinada banda de fluctuación. En 1979 se constituyó el Sistema
Monetario Europeo (SME), que reforzó el compromiso comunitario con la
estabilidad monetaria y fijaba unas reglas de juego que especificaban cuándo
actuar para corregir defectos en los mercados de divisas y qué instrumentos
utilizar (incluyendo el posible ajuste de los tipos de cambio). El nacimiento
del SME incluía la creación del ecu (european
current unity, unidad de cuenta europea), una moneda teórica compuesta por
una parte proporcional de cada moneda europea según la importancia relativa del
PIB y el comercio intracomunitario de cada país. En la práctica, el funcionamiento
del SME se caracterizó por el dominio alemán: el Bundesbank fijaba su política
monetaria en función de la situación de Alemania y los demás países se veían
obligados a seguirla.
En 1986 se firmó el Acta Única Europea, que consagraba la
creación de un auténtico mercado común en el seno de la CEE al eliminar las
barreras a la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales. En
el Acta Única también se hacía una referencia al objetivo de alcanzar una unión
económica y monetaria. Aunque esta referencia se hacía de forma vaga e
inconcreta, bastó para que en 1988 se encargase al presidente de la Comisión
Europea, Jacques Delors, que encabezara un grupo de expertos para estudiar los
pasos necesarios para acceder a la unión monetaria.
Basándose en ese informe se iniciaron las negociaciones que
desembocaron en la firma del Tratado de Maastricht y en el nacimiento del euro.
Excelente manera de relatar la historia desde el principio de la UE hasta ahora.
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