domingo, 26 de febrero de 2017

POPEYE EL MARINO Y LA BÚSQUEDA DEL PEZOOZEE PERDIDO


Como le pasa a esos actores que son devorados por la fama del personaje que interpretan (como Bela Lugosi, Anthony Perkins o Mark Hamill), muchos personajes de ficción son víctimas de los estereotipos que se forman en el gran público cuando su imagen se populariza a través del cine y la televisión. Así, personajes como Tarzán, James Bond o Sherlock Holmes se han convertido en iconos que poca relación guardan con las creaciones originales de Edgar Rice Burroughs, Ian Fleming o Arthur Conan Doyle.

Si nos centramos en el mundo del cómic, que como sabrán los lectores habituales de este blog me es especialmente cercano, uno de los ejemplos más paradigmáticos sería el de Popeye el Marino, popular personaje creado por el historietista Elzie Crisler Segar y cuya imagen actual en poco se parece a la que fue desarrollando su creador a lo largo de los nueve años en los que pudo hacerse cargo de su personaje antes de que la muerte lo sorprendiera a la tempranísima edad de 44 años.


Popeye el Marino dibujado por su creador, E.C. Segar

Y es que el entrañable devorador de espinacas que hemos conocido gracias a los dibujos animados poco tiene que ver con el marinero tuerto, malencarado, pendenciero y de malos modales que Segar introdujo como personaje secundario en la serie Thimble Theatre en 1929. La serie, que había nacido diez años antes como homenaje al slapstick norteamericano (género cómico basado en los golpes y la violencia y cuyos máximo referentes sería el cine mudo de Charles Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd, entre otros) no tardó en verse arrollada por el carisma del nuevo personaje, que se apropió de ella hasta el punto de que sería rebautizada como Thimble Theatre starring Popeye (muchos de los periódicos que la publicaban pasaron a titularla directamente como Popeye the Sailor Man).

En las historietas de Segar, Popeye es un tipo duro, antisocial y violento, aunque también es noble, sentimental e invencible, gracias a su invulnerabilidad y fuerza sobrehumana, que consiguió al frotar una gallina mágica y no comiendo espinacas como posteriormente popularizaron los dibujos animados. El reparto de la serie se completaría con un elenco magistral formado por personajes como el pícaro devorador de hamburguesas J. Wellington Wimpy, la Bruja del Mar, el rey Blozo, Alice la Goon, el ogro Toar o Eugene el Jeep (animalito fantástico creado por Segar y que dio nombre a los coches todoterreno del ejército, un dato que seguro que muchos de vosotros desconocíais), personajes que se unirían a Popeye y a su eterna novia Olive Oyl, presente en la serie desde el comienzo de la misma.

Segar convirtió la serie en un vehículo para hacer una crónica y una crítica social de su época, y habiendo nacido en 1929 no es extraño que la dureza e injusticia de la Gran Depresión estuvieran en su punto de mira. Así, es frecuente que Popeye se enfrente a ricos magnates que han llegado a esa condición por ser mangantes antes que magnates, o que asistamos a la estupidez de los gobernantes y de los propios ciudadanos, a los que Segar no suele retratar de forma muy generosa (así, es normal que muestre a la gente normal como inepta, cobarde o perezosa). La sátira de Segar llega a niveles sublimes, como cuando Popeye, convertido en rey, accede a los deseos de su pueblo de instaurar una república y cambia su corona por un sombrero de copa propio del presidente de una república...
La intachable moral de los gobernantes...

A menudo, quizás para escapar de la dureza de la realidad que criticaba, Segar ambientaba sus historias en países ficticios, como hizo en la historia que vamos a analizar en este artículo. Porque en efecto, no nos hemos olvidado de que este es un blog de economía, por lo que para comprobar cómo un medio como el cómic puede convertirse en un gran vehículo para la crítica social y económica nos detendremos a analizar la primera de las aventuras de Popeye en el país de Nazilia, publicada en forma de tira periódica entre mayo y diciembre de 1931, una época en la que se sentían de forma durísima los estragos de la Gran Depresión y solo se atisbaba oscuridad al final del túnel.

En consonancia con el período en que se publicó, a mitad de la presidencia de Herbert Hoover y en lo más duro de la depresión, Segar no escatima esfuerzos en criticar aspectos como la estupidez y mala fe de los gobernantes y la inutilidad del dinero, al que muestra como algo irreal convertido en poco más que papel mojado. Pero comencemos nuestro repaso por esta clásica historia para que comprobéis por vosotros mismos la capacidad satírica de Segar...

Nuestra historia comienza cuando el rey Blozo, gobernante del reino imaginario de Nazilia, envía dos emisarios para contratar a Popeye como mercenario para tomar parte en la guerra entre Nazilia y el vecino país de Tonsylania. Ambos países comparten una islita en mitad del Océano Pacífico...