lunes, 31 de agosto de 2015

LOS ORÍGENES DE LA DEUDA PÚBLICA


A principios del verano publiqué un artículo bastante extenso en el que hacía un repaso a los aspectos que me parecían más relevantes de la deuda pública. Uno de los aspectos que pensaba tratar era el origen de la deuda pública; sin embargo, tras finalizar el artículo me pareció que el segmento dedicado a revisar los orígenes de la deuda no encajaban bien con el resto del artículo, por lo que opté por suprimirlo. Como no quiero que se quede sin publicar, aquí lo tenéis.

Como tantas otras cosas, los mercados de bonos tuvieron unos comienzos modestos. Como menciona Niall Ferguson en su libro "El Triunfo del Dinero", los mercados de deuda pública nacieron en las ciudades estado del norte de Italia durante la Baja Edad Media y el Renacimiento. Así, la ciudad de Venecia desarrolló un sistema de deuda pública a finales del siglo XII. Por supuesto, este sistema tenía sus particularidades: los ciudadanos que tuvieran un determinado nivel de renta se veían obligados a comprar los títulos de deuda emitidos por la ciudad. A  pesar de ser una imposición del Estado, esta obligación se diferenciaba de los impuestos en dos aspectos cruciales: al finalizar la vida del título recuperarían el dinero que se vieron obligados a prestar y durante la vida del mismo recibirían unos intereses. Puesto que estos "préstamos" eran obligatorios, no se podía hablar en sentido estricto de usura, por lo que eran permitidos por la Iglesia.

Además, existía un dinámico mercado secundario en el que los poseedores de bonos podían venderlos a cambio de dinero en efectivo antes de su vencimiento (como ya vimos en esta entrada, son los mercados secundarios los que en última instancia determinan la demanda y el éxito de las emisiones de bonos). De este modo, los venecianos generaron auténticas "montañas" de deuda para financiar sus guerras: así, el volumen de deuda consolidada o deuda a largo plazo con la que se financiaron las guerras libradas con Génova y otros rivales en el siglo XIV se denominó "monte vecchio", mientras que para financiar sus guerras con el Imperio Turco en el siglo XV se creó el "monte nuovo" (en concreto, los inversores del monte nuovo percibían un interés anual del 5% pagado dos veces al año con lo que se recaudaba a partir de los impuestos indirectos de la ciudad).

Venecia, cuna del comercio, de los mercaderes... y de los mercados de deuda pública.
También podemos encontrar un desarrollado sistema de deuda pública muy similar al veneciano en la Florencia de los siglos XIII al XV: a comienzos del siglo XIV, las dos terceras partes de las familias florentinas contribuían a financiar la deuda pública de la ciudad, aunque el grueso de los títulos estuvieran en poder de unos cuantos miles de individuos ricos. Precisamente una de las razones por las que este sistema de deuda pública funcionó tan bien en ciudades como Venecia y Florencia es porque las mismas familias que financiaban con la compra de deuda la actividad de la ciudad controlaban también el gobierno de la misma. Dicho de otra forma: las personas que emitían bonos eran en gran medida las mismas que los compraban. Lógicamente, tenían un gran interés en que su dinero se emplease de la mejor forma posible.

Esta circunstancia contrasta con la situación de la corona española. Mientras que incumplir el pago de la deuda para los gobernantes florentinos era perjudicar sus propios intereses, los monarcas hereditarios podían renegar de sus compromisos de pago sin que se les pudieran pedir cuentas (más allá de la dificultad de encontrar nuevos prestamistas, claro). Ya vimos en esta entrada cómo los monarcas españoles recurrieron a los mercados de deuda para financiar sus guerras, pero en vez de generar un rico mercado interno en cuyo funcionamiento y éxito se implicasen las élites españolas recurrieron a banqueros genoveses para la emisión y comercialización de juros.

De hecho, gran parte de las dificultades financieras que tuvo que afrontar España se debieron a la necesidad de sofocar las continuas rebeliones en los Países Bajos. Mientras que el peso de la deuda y los impuestos agotaron el potencial de la economía española, las pujantes instituciones holandesas, sostenidas por un gran número de comerciantes para los que era vital la libertad de su país, desarrollaron un amplio abanico de títulos de deuda pública con los que financiar su rebelión: títulos a largo plazo, anualidades vitalicias y perpetuas, préstamos de lotería (por los que los inversores compraban la pequeña probabilidad de percibir un enorme rendimiento, etc.). En 1650 había más de 65.000 ciudadanos holandeses que habían invertido su capital en alguno de esos instrumentos de deuda y contribuían a financiar la lucha por la independencia de Holanda.

Los mercados de deuda pública siguieron desarrollándose y, aunque los libros de Historia no les prestan la atención que merecen, fueron fundamentales en la resolución de guerras tan importantes como las guerras napoleónicas, la Guerra de Secesión de Estados Unidos o la Primera Guerra Mundial. En esta última, además, tuvo lugar un proceso fundamental: la democratización de la deuda pública, puesto que los bonos dejaron de venderse únicamente a las clases adineradas. Todos los países beligerantes vendieron bonos de guerra a miles de pequeños ahorradores que hasta entonces jamás habían comprado bonos del Estado convenciéndoles de que era su deber patriótico hacerlo. De hecho, un factor fundamental en la derrota de Alemania fue que no tuvo acceso al mercado de bonos internacional mientras que los aliados pudieron vender bonos en Estados Unidos y en todos los territorios del Imperio Británico. A partir de entonces, la venta de bonos a los pequeños ahorradores y las clases medias adquirió un carácter fundamental.


Una muestra de la popularización del mercado de bonos:
¡el mismísimo Capitán América anunció la venta de bonos de guerra antes de liderar los Vengadores!