lunes, 7 de abril de 2014

LOS PELIGROS DEL AVALISTA


Por una cuestión generacional, son muchos los amigos y conocidos a los que he visto dar el paso de comprar una vivienda y firmar un préstamo hipotecario con el banco. Y por desgracia, no son pocos los casos en los que ha sido necesaria la firma de un avalista.

Como ya sabréis, un avalista es una persona que garantiza el pago de un préstamo, es decir, que asume la responsabilidad de devolver el préstamo en caso de que el prestatario no pueda hacer frente al mismo. Normalmente, el banco exige la firma de un avalista cuando el préstamo supera el 80% del valor de tasación del inmueble, los ingresos del prestatario son muy reducidos en relación con el importe del préstamo o el banco estima que sus condiciones de trabajo son precarias.

Lógicamente, con estas condiciones, lo normal es necesitar la firma de un avalista. De ahí que esta figura se haya generalizado en los últimos tiempos y todos conozcamos a alguien que haya avalado el préstamo de un hijo o hermano. Sin embargo, es posible que no seáis conscientes de los riesgos y compromisos que implica la figura del avalista, así que dedicaré esta entrada a resumirlos de forma muy breve para que los tengáis en cuenta antes de pedirle ese favor a un familiar (o de aceptarlo si hace ese ofrecimiento).

En pocas palabras, un avalista asume TODOS los riesgos de la persona a quien avala sin recibir ninguna de sus recompensas (en el caso de un préstamo hipotecario, no adquiere propiedad o derecho alguno sobre el bien en el que se apoya el préstamo). En términos jurídicos, un aval está sujeto al principio de solidaridad y está excluido de los beneficios de orden, división y excusión:

  • Según el principio de solidaridad, si el deudor no cumple con los pagos de la hipoteca, el banco puede reclamar el total del importe adeudado (incluyendo intereses, comisiones y otros costes) a cualquiera de los avalistas. Este principio define la naturaleza del avalista, de forma que los beneficios de los que se le excluye están directamente relacionados con él.
  • Al estar excluido del beneficio de orden, el avalista no puede exigir al banco que reclame al prestamista la devolución de la deuda por todos los medios posibles antes de hacer efectivo el aval (dicho de otra forma, no puede exigir ponerse "al final de la cola").
  • Al estar excluido del beneficio de división, el avalista no podrá exigir que se le reclame sólo la parte proporcional de la deuda en caso de que haya varios avalistas ("solidariamente", se hará cargo de toda la deuda por completo).
  • Al estar excluido del beneficio de excusión, el avalista no puede exigir al banco que intente liquidar la deuda con el patrimonio del prestamista antes de hacer efectivo el aval. Como es lógico, para el banco es mucho más fácil ejecutar el aval que proceder a embargar los posibles bienes del titular del préstamo.
Como veis, el avalista asume todos los riesgos del prestatario sin obtener nada a cambio. De hecho, cuando se firma una hipoteca ante notario en realidad se están firmando dos documentos: un préstamo hipotecario, que es firmado por el comprador de la vivienda y sus avalistas, y un contrato de compra-venta, que sólo es firmado por el comprador.

Si el notario hace bien su trabajo, leerá en la firma del préstamo que el avalista es solidario y renuncia a los beneficios citados antes. En el momento en que el avalista estampe su firma se supone que acepta estas condiciones. Pero hay que tener mucho cuidado, porque dichas condiciones se presuponen si no se indica lo contrario, de forma que si el notario no dice nada al respecto y los avalistas firman están asumiendo las mismas cargas que venimos comentando en la entrada.

Por supuesto, para escapar de esta trampa hace falta un talento negociador, una preparación o unos conocimientos jurídicos de los que muy poca gente dispone. En estas condiciones, lo cierto es que solo deberíamos plantearnos ser avalistas si la persona a la que avalamos y su situación nos merecen la misma confianza o más que nosotros mismos (o si nos sobra el dinero, claro, en cuyo caso casi mejor sería prestárselo directamente).

Los riesgos de avalar son muy reales. De hecho, muchos de los desahucios practicados por los bancos se llevan a cabo contra avalistas, no sólo contra los compradores de viviendas. Por otro lado, las hipotecas cada vez son más largas y la vida da muchas vueltas, de modo que es muy normal encontrarse con situaciones tan estrambóticas como la de una persona avalando el préstamo de la expareja de su hijo bastante tiempo después de que la relación haya saltado por los aires.

Mi intención con este artículo es concienciaros de los riesgos a los que exponéis a un ser querido cuando le pedís que os avale un préstamo hipotecario (o de los riesgos a los que él mismo se expone cuando se ofrece a hacerlo de forma altruista). Soy consciente de que en demasiadas ocasiones conseguir un avalista es la única forma de poder comprar un piso, pero a no ser que disfrutéis de una estabilidad laboral y un sueldo envidiables preguntaos si no es preferible vivir de alquiler antes que arriesgar así la vida de un padre o un hermano.

Por otro lado, pensad que si nadie presentase avales, los bancos concederían menos préstamos y bajaría la venta de pisos, pero por la misma razón disminuiría su precio y sería más fácil el acceso a la vivienda. Lo único que haría falta es actuar.

Pero claro, es tan difícil actuar...