miércoles, 27 de marzo de 2013

ILUMINANDO EL RECIBO DE LA LUZ

Aunque nunca fue mi intención escribir un blog de actualidad es inevitable que ésta acabe influyendo en los temas a tratar. Así, la inmensa mayoría de las entradas publicadas hasta el momento (y la mayoría de las que vendrán) abordan el tema de la crisis.

Sin embargo, después de publicar por entregas mi artículo sobre la crisis de las hipotecas subprime y antes de centrarme en otros aspectos de la crisis, me ha parecido bien cambiar de tercio y abordar algún tema cotidiano pero poco conocido por la mayoría de la gente… ¿Qué os parece si hablamos de la factura de la luz?

Este tema se me ocurrió hace una semana, cuando leí la noticia de que el recibo de la luz bajará en abril un 6’7%, una excelente noticia dado el historial de subidas de la factura de la luz (más de un 70% de aumento en los últimos seis años) y que los españoles pagan el recibo de la electricidad más caro de Europa, solo superado por el de Malta y el de Chipre (sí, habéis leído bien, Chipre). Pero no lancéis las campanas al vuelo, porque el descontrol del sector energético español es coloshal, como diría Mariano Rajoy, y lo único que nos espera a largo plazo son subidas sobre subidas a menos que se tomen medidas drásticas de reordenación del sector.

Pero no divaguemos, el objeto de esta entrada es explicar de la forma más sencilla posible las distintas partidas que se incluyen en la factura de la luz. Para ello, nos basaremos en un recibo real de la compañía Iberdrola. Es posible que el nombre de los conceptos que voy a explicar cambie de una compañía a otra, pero básicamente son los mismos. Si tenéis una factura a mano, cogedla e ir repasando los distintos conceptos uno por uno a medida que los vaya explicando... ¡Comenzamos!

  1. Potencia contratada: es una cantidad fija a pagar se consuma o no, también denominada “término de potencia”. Depende de la potencia contratada por el cliente, y se obtiene multiplicando dicha potencia por un coeficiente fijado por el gobierno. En principio, garantiza que el usuario podrá utilizar toda la potencia contratada cuando la necesite. Cuando un cliente contrata muy poca potencia, es normal que se le vaya la luz si conecta el aire condicionado y la plancha al mismo tiempo.
  2. Energía consumida: se corresponde con el consumo de electricidad. Se obtiene multiplicando los kilowatios consumidos por su precio unitario. El precio unitario del kilowatio que se cobra a las familias se denomina Tarifa de Último Recurso (TUR). Igualmente, las compañías que suministran electricidad a los consumidores reciben el nombre de Compañías Comercializadoras de Último Recurso. Técnicamente, la tarifa de último recurso es el precio de la electricidad suministrada a aquellos usuarios que tengan contratada una potencia máxima de 10 kilowatios (en la práctica, es la tarifa que se cobra a las familias, puesto que las empresas contratan más potencia). La Tarifa de Último Recurso es revisada y aprobada por el gobierno.
  3. Impuesto sobre Electricidad: es un impuesto especial, similar a los que soportan el tabaco, el alcohol y la gasolina. Se aplica tanto al consumo como a la potencia. En principio, lo implantó el gobierno de José María Aznar en 1997 como medida temporal para financiar la reconversión del sector minero, pero hace tiempo que se considera un impuesto permanente. Es un impuesto cedido a las Comunidades Autónomas.
  4. Alquiler equipos de medida: es la cantidad que cobran las compañías eléctricas por la cesión y el mantenimiento de los contadores.
  5. IVA: nuestro querido impuesto sobre el valor añadido no necesita presentación. En septiembre de 2012 pasó del 18% al 21%. Un detalle interesante que a mucha gente se le pasará por alto es que el IVA grava TODOS los aspectos anteriores. Es decir, también grava lo que hayamos pagado en concepto de impuestos especiales. Que el IVA grave el consumo de bienes y servicios me parece fastidioso pero lógico; que grave el pago de impuestos indirectos me parece una sinvergonzonería y una inmoralidad.

jueves, 14 de marzo de 2013

LECCIONES DE HISTORIA: LA CRISIS DE LAS HIPOTECAS SUBPRIME (CAPÍTULO V)

CONCLUSIONES



El 15 de septiembre de 2008 quebró Lehman Brothers, uno de los principales bancos de inversión de Estados Unidos. Desde entonces, con el pánico extendiéndose por todo el sistema financiero y ante el miedo a la quiebra de más bancos, los gobiernos de todo el mundo han acudido al rescate de innumerables entidades financieras. Las cifras de los rescates han sido escalofriantes (tan sólo Estados Unidos ha dedicado desde 2007 cinco billones de dólares a este fin), lo que ha provocado problemas de déficit y deuda pública en casi todos los países del mundo (muy especialmente en Europa [1]). En la sociedad hay un encendido debate sobre lo adecuado de estos rescates, sobre todo desde capas sociales que ven cómo sus derechos y prestaciones son recortados para ajustar las cuentas públicas.

Los bancos afirman que el suyo es sólo un problema de liquidez. Un banco (o cualquier empresa) es solvente pero está falta de liquidez si sus activos (es decir, sus bienes y derechos) son mayores que sus deudas pero a pesar de ello no dispone de fondos. Se supone que si dispusiera del tiempo suficiente, podría hacer frente a esas deudas con la venta de esos activos. Sin embargo, es muy posible que años de comportamiento temerario hayan dejado a muchos bancos en una quiebra efectiva. Los bancos tienen en su poder una gran cantidad de viviendas cuyo valor es muchísimo menor que aquel al que estaban contabilizadas, lo que supone unas enormes pérdidas sin contabilizar. Además, a día de hoy todavía siguen ejecutándose hipotecas y la materia oscura en la que se han convertido los productos financieros derivados de las mismas sigue extendiéndose por todo el sistema financiero. Todavía se necesitará un tiempo antes de poder evaluar los verdaderos estragos sufridos por el sistema financiero.

En última instancia, el éxito del sector financiero debería medirse por el bienestar que proporciona a los ciudadanos, tanto porque se asigna mejor el capital como porque se gestiona mejor el riesgo. Por tanto, cuando se ven problemas tan generalizados como los que han aquejado al sistema financiero sólo se puede llegar a una conclusión: los problemas son sistémicos.

Es necesario emprender reformas para prevenir que estos mismos acontecimientos puedan repetirse en el futuro. Cuando planteamos la necesidad de acometer reformas, es esencial establecer las responsabilidades del desastre. A nuestro juicio, son responsables de la crisis...

  • los líderes políticos, que en lugar de tomar medidas anticíclicas cuando comenzó a hincharse la burbuja prefirieron anotarse el tanto de unos datos económicos engañosos y muy peligrosos [2].
  • los supervisores bancarios, por su apuesta suicida por la desregulación financiera.
  • los directivos de las entidades financieras, por su ambición y su falta de visión.
  • las agencias de calificación, tanto por su incompetencia [3] como por su ambición y afán de enriquecimiento, sumándose sin rubor a las prácticas imprudentes y avariciosas del sector financiero.
A menudo, se repite machaconamente la idea de que también las familias son responsables de la crisis, ya que firmaron hipotecas que no podían permitirse, contribuyendo de forma irresponsable y decisiva a hinchar la burbuja. A nivel nacional, esta es la idea que se transmite cuando se dice, por ejemplo, que "los españoles han vivido por encima de sus posibilidades".

Desde mi punto de vista, este tipo de afirmaciones constituyen una criminalización en toda regla de las mayores víctimas de esta crisis, ya que tratan de vender a la opinión pública la imagen de que las familias se comportaron como un colectivo avaricioso que corrió a comprar casas atraído por los créditos baratos y que ahora exige a la sociedad que le resarza de su mal comportamiento con medidas como la dación en pago, que pondrían en peligro la estabilidad de todo el sistema financiero.

En mi opinión, la realidad ha venido a demostrar justamente lo contrario, que las familias son el colectivo más vulnerable y han estado completamente indefensas y abandonadas por el poder político, que siempre acaba poniéndose de parte del lobby financiero y bancario que dicta e impone su ley y cuenta con un enorme influencia mediática (de ahí que haya tantos periodistas que afirmen que la dación en pago sería una barbaridad que sólo conseguiría derribar nuestro sistema financiero).

Tengamos en cuenta además que gran parte de las familias no tenían ningún conocimiento financiero y depositaron toda su confianza en los empleados de sus oficinas bancarias (en el caso español, más que en el problema de las hipotecas, este aspecto es especialmente doloroso en la estafa de las participaciones preferentes). Muchas familias fueron engatusadas (cuando no directamente engañadas) para firmar unos préstamos mucho más arriesgados de lo que hubieran estado dispuestos a aceptar si hubieran sido conscientes de los riesgos que asumían.

En este sentido, una buena medida a adoptar por parte de los gobiernos sería vigilar más estrechamente la comunicación entre las entidades bancarias y sus clientes y qué información se debe aportar cuando se comuniquen las características de un crédito o cualquier otra operación. Otra medida muy importante sería invertir en educación, puesto que es mucho más difícil engañar y aprovecharse de gente preparada que de gente sin un adecuado nivel de educación.

Desgraciadamente, no parece que se estén adoptando muchas medidas ni en esta ni en otras direcciones. Muchos gobiernos se hayan atados de pies y manos: tanto los rescates financieros como el desmoronamiento de la economía real le ha hecho incurrir en enormes déficits, y se encuentran asfixiados por los intereses que les cobran los mismos mercados financieros que originaron el problema y que se supone que habría que reformar. Y aún más importante, en un mundo tan globalizado como el nuestro, donde el dinero es el bien que más rápido se desplaza de un sitio a otro, es imposible abordar una gran reforma de los mercados financieros de forma aislada, sino que sería necesario un gran consenso internacional como ocurrió con la firma de los acuerdos de Bretton Woods al finalizar la II Guerra Mundial.

Y hasta aquí el resumen de lo acontecido hasta 2008. Desde entonces, la crisis ha seguido extendiéndose y transformándose. Lo que a finales de 2008 era una crisis del sector financiero que amenazaba con contaminar al resto de la economía se ha convertido en la actualidad en una profunda crisis de la economía real, en la que asistimos al continuo cierre de empresas y al aumento de desempleo. Por otro lado, la crisis del sector financiero también ha evolucionado: de ser una crisis soportada por las entidades financieras ha pasado a afectar a los propios países, inmersos en una auténtica crisis de deuda pública, que pone en peligro su capacidad para conseguir dinero y para luchar contra los efectos de la crisis en la economía real.

Sería mi deseo aportar una visión más positiva en futuros artículos. Espero que sea así.



ÍNDICE DE CAPÍTULOS:





[1] El problema de la deuda pública es especialmente grave en los países de la zona euro. Al ceder su política monetaria al Banco Central Europeo han perdido una herramienta fundamental de su política económica, y unos estatutos especialmente rígidos por parte del Banco Central le han impedido hasta el momento acudir en ayuda de países agobiados por el pago de la deuda.
[2] Esta responsabilidad está compartida tanto por los gobiernos estadounidenses de Clinton y Bush como por los españoles de Aznar y Zapatero, que presumían de una bonanza económica que no sólo era falsa, sino que era el preludio y la futura causa de una crisis sin precedentes.
[3] Tres semanas antes de la quiebra de Lehman Brothers, esta entidad gozaba de muy buenas calificaciones por parte de estas agencias.

domingo, 10 de marzo de 2013

LECCIONES DE HISTORIA: LA CRISIS DE LAS HIPOTECAS SUBPRIME (CAPÍTULO IV)

LA EXPLOSIÓN DE LA BURBUJA


donde se cuenta cómo explotó finalmente la burbuja inmobiliaria y los precios de la vivienda cayeron en picado, dejando a los bancos con pérdidas millonarias, a miles de familias en la calle y a millones de trabajadores en el paro.



En 2003, con los tipos de interés al 1%, sólo había una dirección hacia la que estos podían ir: hacia arriba. Y así fue, pues el tipo de interés llegó hasta el 5'25% en 2006. De repente, millones de personas se encontraron con que habían suscrito hipotecas que no podían permitirse (entre 2001 y 2007, el número de familias norteamericanas con cargas graves -que pagaban por su vivienda más de la mitad de sus ingresos- aumentó en más de cuatro millones).

Cuando las personas que vieron que no podían seguir pagando su hipoteca intentaron vender sus casas, la burbuja se rompió y los precios de la vivienda cayeron en picado. La explosión de la burbuja a principios de 2007 afectó primero a las peores hipotecas, pero muy pronto afectó a toda la propiedad inmobiliaria residencial: quienes habían suscrito hipotecas del 100% debían más dinero de lo que valía su casa, pero a medida que caían los precios de las casas, lo mismo le ocurrió a las personas que habían contratado hipotecas del 90% e incluso del 80%. El impago era la única opción para millones de personas, que perdieron sus hogares y cualquier capital que hubieran aportado.

Cuando estos millones de personas dejaron de pagar sus hipotecas, los productos financieros derivados de ellas perdieron de inmediato su valor, ya que dichas hipotecas dejaron de proporcionar los flujos de dinero que recibían los cobradores de los paquetes CDO y MBS. Miles de fondos de inversión y de pensiones de todo el mundo perdieron de la noche a la mañana todo el capital invertido en estos productos, que se habían revelado como auténtica basura.

Pero también los bancos se vieron engullidos por el remolino financiero. Quizás cegados por los beneficios, los bancos mantenían muchos paquetes de hipotecas en sus balances, de modo que también afrontaron enormes pérdidas con la ruptura de la burbuja. Además, el valor de su cartera inmobiliaria se redujo drásticamente mientras que las deudas que habían contraído permanecían intactas. Así, los bancos comenzaron a registrar pérdidas multimillonarias y se inició una auténtica debacle financiera. Inicialmente fueron los bancos estadounidenses los que empezaron a sufrir pérdidas gigantescas, pero el proceso se extendió con rapidez por todo el mundo, ya que las finanzas internacionales son sin duda alguna la faceta más globalizada de la economía.

La complejidad del proceso de titulización, combinada con la rapidez con la que la situación iba deteriorándose y el alto nivel de endeudamiento de los bancos significaba que ni estos sabían si lo que debían a sus depositantes y acreedores excedía el valor de sus activos (es decir, sus bienes y derechos). Cada uno de ellos sabía lo precaria que era su situación, pero sólo podían adivinar lo precaria que era la situación de los demás bancos. Por consiguiente, se evaporaron la seguridad y la confianza en la que se basa el sistema bancario. Los bancos se negaron a prestarse dinero unos a otros, o exigían elevados tipos de interés, con lo que se dermoronaron los mercados mundiales de crédito. Cuando la diferencia entre el tipo de interés interbancario [1] y el interés de la deuda pública estadounidense se elevó drásticamente en agosto de 2007, quedó claro que los bancos norteamericanos no se fiaban unos de otros.

Pronto, los bancos dejaron también de dar crédito a empresarios y consumidores, lo que supuso un auténtico desastre para la economía. La carencia de financiación que se fue extendiendo por todo el mundo hundió sin remedio los mercados, paralizó casi por completo a millones de empresas y dio lugar a que las familias redujeran su gasto en consumo, que al fin y al cabo es de lo que viven las empresas. 




ÍNDICE DE CAPÍTULOS:



[1] El tipo de interés al que los bancos se prestan dinero entre ellos en el mercado interbancario.

sábado, 2 de marzo de 2013

LECCIONES DE HISTORIA: LA CRISIS DE LAS HIPOTECAS SUBPRIME (CAPÍTULO III)

LA TITULIZACIÓN

donde se cuenta cómo los bancos crearon "paquetes" donde metieron las hipotecas que habían concedido y los vendieron por todo el mundo, distribuyendo a lo largo y ancho del mundo hipotecas que habían concedido a personas sin empleo ni recursos económicos.


Los bancos ofrecían tantos créditos que empezaban a quedarse sin liquidez. Como se representaba en la figura 1 (capítulo 1), los bancos conceden préstamos con el dinero que las familias les ceden en forma de depósitos. Sin embargo, el boom hipotecario era de tal magnitud que no bastaba con los depósitos de las familias. Para conseguir recursos, los bancos acudían al mercado interbancario, en el que se prestan dinero unos a otros, y como todos los bancos estadounidenses estaban inmersos en la fiebre inmobiliaria, eran bancos de otros países los que les suministraban los recursos que necesitaban.

Además, los bancos norteamericanos comenzaron a incumplir las Normas Contables de Basilea, según las cuales los préstamos concedidos por un banco no pueden superar un determinado porcentaje de su balance. Para cumplir esta normativa y conseguir la liquidez que necesitaban para seguir concediendo préstamos, recurrieron a la titulización.

Los bancos crearon unos productos financieros denominados CDO (Collateralized Debt Obligation -Obligaciones de Deuda Colateralizada-). Los CDO eran unos "paquetes" donde se incluían hipotecas de todo tipo junto a otros activos bancarios (préstamos para el consumo, créditos a estudiantes, etc.). Los CDO formados por hipotecas se denominaron MBS (Mortgage Backed Securities -Obligaciones Garantizadas con Hipotecas-) y, como cualquier activo financiero, eran títulos negociables (de ahí que el proceso se denominara titulización). Los bancos vendían inmediatamente estos paquetes MBS a unas entidades denominadas conduits (entidades "vehículo"). De esta forma, entraba liquidez en los bancos y éstos transferían los riesgos fuera de sus balances.

Sin embargo, los conduits no eran más que entidades filiales (normalmente fondos de inversión) creadas por los propios bancos para escapar a la normativa contable que sólo afectaba a las entidades bancarias. Es decir, se trataba de una estratagema para "blanquear" las cuentas de los bancos y cumplir la normativa internacional. Aún peor, los conduits aumentaron el riesgo soportado por el sistema, ya que pedían créditos a otros bancos para conseguir el dinero con el que comprar los paquetes MBS, con lo que aumentaban aún más el endeudamiento de los bancos.

El propósito de los conduits era vender rápidamente los MBS que tenían en su poder, generando así una nueva fuente de beneficios. Para ello, recurrieron a los servicios de los bancos de inversión, que los vendieron a otros bancos, fondos de inversión, fondos de pensiones, sociedades de capital riesgo, aseguradoras, etc. A su vez, estas entidades vendían y revendían estos paquetes, que acabaron distribuyéndose por todo el mundo. A menudo, los bancos de inversión elaboraban paquetes CDO que contenían otros paquetes CDO y MBS, de modo que al final nadie sabía a ciencia cierta el producto que en realidad estaba comprando.

Las agencias de calificación jugaron un papel crucial certificando la seguridad de estos CDO y MBS. Las agencias de calificación son empresas que se dedican a dar una valoración (una "nota", para entendernos) a los productos que se intercambian en los mercados financieros. A menudo, estos productos son tan complicados y resulta tan complejo investigar quién los emitió que no es fácil saber si es arriesgado invertir en ellos. Al calificar estos productos, las agencias de calificación facilitan la toma de decisión de cualquier persona o entidad que se esté planteando invertir en ellos.

La valoración más alta dada por estas agencias es la calificación AAA, que era fácilmente obtenida por las hipotecas de más calidad. Sin embargo, los CDO y MBS contenían muchas hipotecas subprime cuya calificación tendría que haber sido muy negativa al tratarse de operaciones muy arriesgadas. Aun así, las agencias de calificiación dieron su sello de aprobación a estos productos  calificándolos con la máxima nota, y esto animó a fondos de pensiones y de inversión y a bancos de todo el mundo a comprar estos paquetes.

Para explicar la actuación tan deficiente de las agencias de calificación debemos volver a mencionar el problema de los incentivos. Al igual que en el resto del sector financiero, los incentivos de las agencias de calificación estaban muy distorsionados: quienes pagaban a las agencias de calificación eran precisamente los bancos que creaban los paquetes que había que calificar. La competencia entre las distintas agencias hizo el resto: si una agencia de calificación no daba la nota que se pedía, los bancos de inversión podrían recurrir a una de sus competidoras [1].

Para agravar el problema, las agencias de calificación descubrieron una nueva forma de obtener ingresos: proporcionar servicios de consultoría (por ejemplo, cómo conseguir la codiciada calificación AAA). Así, las agencias ganaban dinero explicando a los bancos de inversión cómo conseguir buenas calificaciones y, a continuación, ganaban aún más dinero otorgando esas calificaciones [2].

De esta forma, cientos de bancos y millones de personas en todo el mundo invirtieron en estas hipotecas o en sus productos derivados creyendo que se trataba de una inversión segura. En gran medida, todo fue posible gracias a que las autoridades financieras habían relajado la supervisión y la regulación de los mercados financieros.



viernes, 1 de marzo de 2013

LECCIONES DE HISTORIA: LA CRISIS DE LAS HIPOTECAS SUBPRIME (CAPÍTULO II)

LA GESTACIÓN DE LA BURBUJA INMOBILIARIA

donde se cuenta cómo unos tipos de interés demasiado bajos y una conducta imprudente por parte de los bancos hincharon una burbuja inmobiliaria y subieron los precios de la vivienda hasta niveles estratosféricos.


En 2001 explota la burbuja puntocom. Entre marzo de 2000 y octubre de 2002, el precio de las acciones de las empresas tecnológicas cae un 78% (una acción que en marzo de 2000 costara 50 €... ¡sólo costaba 11 € en octubre de 2002!). Estas pérdidas afectan al resto de la economía estadounidense, puesto que gran parte de las inversiones se habían realizado en el sector de la alta tecnología y quedaron paralizadas. En marzo de 2001, Estados Unidos entra en recesión.

Los ingresos de la mayoría de los estadounidenses llevaban mucho tiempo estancados, así que no podía esperarse que el consumo de las familias reactivase la economía (entre 2000 y 2008 la mediana de ingresos de las familias estadounidenses -la cantidad de ingresos tal que la mitad de la población recibe unos ingresos superiores y la otra mitad unos ingresos inferiores- disminuyó un 4%) [1]. Las rebajas de impuestos a las clases más altas aprobadas por la administración Bush no sirvieron para reactivar la economía, por lo que la carga de devolverla a sus anteriores niveles de empleo recayó en la Reserva Federal [2], que bajó los tipos de interés del 6'5% en el que estaban en 2001 hasta el 1% en 2003 [3].

Tener un hogar en propiedad ha sido siempre un elemento característico del sueño americano. Cuando los bancos empezaron a ofrecer hipotecas baratas, muchas personas se apresuraron a alcanzar ese sueño y se desató una auténtica fiebre inmobiliaria. Más de cuatro millones de personas se convirtieron en propietarios. Hasta tal punto llegó el desajuste al que condujo esta fiebre inmobiliaria que entre dos tercios y tres cuartos del PIB [4] estadounidense estaba relacionado con la vivienda.

Con tanta gente comprando viviendas, es normal que sus precios comenzaran a experimentar aumentos vertiginosos. De este modo, lo que acabaron haciendo los bajos tipos de interés fue sustituir una burbuja tecnológica por una burbuja inmobiliaria. Una burbuja es una situación en la que los compradores de un bien creen que los precios del mismo van a subir indefinidamente y que será muy rentable comprarlo pensando sólo en venderlo con mayor o menor rapidez.

A corto plazo, una burbuja puede ser una fuente de cuantiosos beneficios para las partes involucradas en la compra-venta del bien. En efecto, a medida que subían los precios de la vivienda, los propietarios podían hacer dinero con su casa, los promotores y constructores se enriquecían con la venta de un bien que se revalorizaba continuamente y los bancos concedían miles de hipotecas, una operación sencilla de la que se extraen jugosas comisiones y que no tenía riesgo alguno al estar garantizada por bienes cuyo valor no paraba de crecer.

Un buen producto hipotecario habría tenido unos bajos costes de transacción y habría ayudado a la gente a gestionar el riesgo de comprar una vivienda. Sin embargo, como hemos visto, no eran esos los productos que ponían en circulación los bancos estadounidenses; al contrario, crearon unas hipotecas con elevadas comisiones y que incitaban a los compradores a correr más riesgos de los necesarios.

Con todo, el beneficio de cada hipoteca era menor de lo deseado dados los bajos tipos de interés. Aprovechando el boom inmobiliario, las entidades bancarias intentaron compensar los bajos márgenes aumentando el número de operaciones y vendiendo el mayor número posible de hipotecas (además, se generalizó la práctica de ofrecer hipotecas del 100%, ya que con las expectativas de subidas del precio de la vivienda, en pocos meses las casas valdrían más que las hipotecas sin mayor problema).

Buscando ampliar su mercado, comenzaron a ofrecer hipotecas a personas poco solventes, sin empleo fijo y con pocos recursos económicos. Hipotecas que eran por tanto mucho más arriesgadas, pero también mucho más rentables por los tipos de interés más altos que se exigían por ellas [5]. De nuevo, los posibles riesgos se compensaban con las expectativas de futuras subidas del precio de la vivienda (si una de estas hipotecas resultaba impagada, con vender la casa se recuperaría el dinero prestado e incluso se obtendría un beneficio). En contraposición a las hipotecas prime, que eran las más seguras, estas hipotecas con mayor riesgo de impago se denominaron hipotecas subprime. Hoy en día, también reciben el muy ilustrativo nombre de hipotecas basura.

Los sistemas de incentivos de los bancos contribuían a hinchar la burbuja, pues sus empleados ganaban generosas primas por hipoteca contratada. Es decir, los incentivos se centraban en la cantidad de hipotecas contratadas, no en su calidad. De este modo, se produjeron ingentes cantidades de hipotecas basura. Y la búsqueda por parte de los bancos de nuevos clientes con los que contratar hipotecas no hizo sino hinchar cada vez más la burbuja inmobiliaria.

Aun así, durante unos años las cosas fueron bien para los bancos y para la economía en general. La gente iba pagando los plazos de sus hipotecas, y con el dinero que habían recibido gracias a las hipotecas del 100% aumentaron su nivel de consumo (comprando cohes, contratando vacaciones, amueblando su casa, etc.); con esta reactivación de la economía, las personas que habían contratado hipotecas subprime lo tenían muy fácil para encontrar un trabajo eventual que les permitiera seguir pagando su hipoteca. Sin embargo, todo se basaba en el supuesto de que los precios de la vivienda seguirían subiendo.