miércoles, 23 de enero de 2013

¿QUEDA ALGUIEN QUE NO SEPA LO QUE ES LA PRIMA DE RIESGO?


Llevo unos días queriendo escribir sobre la deriva neoliberal en la que está inmersa desde hace más de veinte años la Unión Europea y sobre la decisiva contribución que han tenido los últimos tratados europeos en el empeoramiento de la crisis económica de los distintos países. El tema me parece muy interesante, sobre todo porque creo que la inmensa mayoría de los ciudadanos ignora hasta qué punto se están socavando los mismísimos principios de democracia y solidaridad en Europa.

Sin embargo, hasta dentro de unos días no podré ponerme a preparar ese post en serio, así que como miniaperitivo a esa futura entrada (o serie de entradas, si el artículo se alarga y tengo que dividirlo en capítulos), para todos aquellos que aún no lo sepan, explicaré brevemente qué es la prima de riesgo y por qué todo el padecimiento que estamos sufriendo por ella es culpa de Europa.
 


Como cualquier agente económico, el Estado tiene una serie de gastos e ingresos. Se supone que los ingresos han de ser suficientes para cubrir los gastos, pero por distintos motivos esto no es así:
•         el Estado puede realizar una serie de inversiones en infraestructuras cuyo coste es muy elevado y no podría desembolsarse de una vez.
•         el Estado tiene que realizar pagos mensuales como las pensiones, el salario de los funcionarios o las prestaciones por desempleo mientras que la liquidación de muchísimos impuestos tiene plazos más largos (por ejemplo, el IVA se liquida trimestralmente y el Impuesto de Sociedades anualmente), por lo que no tendría liquidez para hacer frente a esos pagos (no tendría cash, que diríaCarmen Lomana).
•         y, por supuesto, también cabe la posibilidad de que el Estado haya derrochado el dinero de forma irresponsable y populista y no pueda sufragar todos sus gastos con los impuestos.

Sea como sea, la cuestión es que los impuestos no bastan para sufragar todas las necesidades de dinero y/o liquidez del Estado. Para obtener ese dinero o liquidez suplementaria, los distintos países venden obligaciones en los mercados financieros. Una obligación es un título cuyo emisor se convierte en deudor de quien compre dicho título por un importe igual al valor nominal de la obligación más unos intereses. Las obligaciones que emiten los países (o entes territoriales como las comunidades autónomas) se denominan deuda pública.

El interés de la obligación no es otra cosa que el “precio” que hay que pagar por financiarse. Este interés no lo fija cada estado, sino que lo determina el funcionamiento del mercado como ocurre con cualquier bien. En los mercados financieros, este interés depende de varios factores, pero el más importante es la “fiabilidad” del emisor, es decir, la confianza que el país emisor del título inspire en los posibles compradores. Si a juicio de los inversores un país no es “fiable”, exigirán más intereses para compensar el riesgo que asumen al prestarle dinero.

Como Alemania es la economía más potente de Europa, se utiliza como referencia para medir la marcha de los demás países y poner precio a sus respectivos títulos de deuda pública. De este modo, la famosa prima de riesgo no es otra cosa que la diferencia que hay entre el interés que se paga por el bono español con vencimiento a diez años y el bono alemán. Esta diferencia se mide en centésimas de puntos porcentuales, que se denominan “puntos básicos”. Así, si la prima de riesgo es de 354 puntos, eso significa que el interés del bono español a diez años está 3’54 puntos porcentuales por encima que el del bono alemán (si el interés del bono alemán fuera del 1’58 %, el del bono español sería entonces del 5’12 %).


Cuanto peor sea la situación de un país, o las expectativas en torno al mismo, mayor serán los tipos de interés que se exigirán a sus títulos de deuda pública. Y cuanto menor sea la cantidad que los inversores quieran comprar de un título, mayor será el interés que habrá que ofrecer por el mismo para hacerlo atractivo y poder colocarlo en el mercado.

Hasta hace unos años, la posibilidad de que un Estado quebrara y de que, por tanto, no pudiera pagar a sus acreedores era muy remota (por no decir imposible en el caso de países desarrollados). Sin embargo, la crisis financiera de 2008 dio lugar a acontecimientos hasta entonces impensables como la quiebra de gigantes del tamaño de Lehman Brothers o AIG. Por otro lado, no están tan lejanos episodios como la salida de Argentina de la paridad con el dólar o incluso la ruptura del Sistema Monetario Europeo en 1992, cuando un único especulador, el financiero George Soros, sometió al Banco de Inglaterra y provocó la devaluación de la libra esterlina. Con estos antecedentes, ¿por qué no podría estallar la zona euro?

El problema de los mercados financieros es que sus pronósticos son auto realizables, y los operadores que participan en él lo saben de sobra. Basta con que un rumor o una agencia de calificación[1] pongan en duda la solvencia de un país para que los grandes fondos de pensiones que buscan seguridad pongan a la venta los títulos que tengan de ese país, lo que provocaría un aumento de los tipos de interés que dicho país tiene que pagar para colocar su deuda. Esta mayor presión sobre las cuentas del Estado sembraría nuevas dudas sobre su solvencia, lo que llevaría a nuevos rumores, ventas y subidas de tipos. Al final de ese círculo vicioso, no es descartable que un país pueda acabar declarándose incapaz de pagar sus deudas.

Por tanto, países como España o Italia se encuentran en un callejón sin salida. Agencias de calificación y agentes del mercado exigen que estos países lleven a cabo profundos recortes en sus programas de gasto para garantizar así que cobrarán lo que se les debe. Sin embargo, los recortes frenan el crecimiento del país y empeoran su situación, lo que les obliga a recurrir otra vez a los mercados para conseguir financiación y a una nueva ronda de recortes.

Sin embargo, el problema principal que afrontan España e Italia es que no tienen un Banco Central al que recurrir. Tradicionalmente, los bancos centrales actúan como prestamistas de último recurso de un país. Si un Estado no encontraba compradores para su deuda pública, podía acudir a su banco central para que se la comprase, aunque hiciera falta imprimir dinero para hacerlo. De este modo no sólo se colocaban las emisiones de deuda, sino que se garantizaba que un país siempre contaría con el aval de su banco central y no podría quebrar.

En la unión monetaria no es así. Por expreso mandato del Tratado de Maastricht, el Banco Central Europeo no puede comprar deuda pública de los países de la zona euro y se prohíbe la solidaridad o préstamos entre estados. De este modo, cada uno de los países del euro se encuentra sólo y desprotegido ante los mercados financieros. Esta situación contrasta poderosamente con la de países como Estados Unidos o el Reino Unido, que pueden acudir (y de hecho acuden) a sus bancos centrales cuando necesitan financiación y no están sometidos a la dictadura de los mercados financieros.

Comparemos el caso de España con el de cualquier estado de Norteamérica. Si el estado de Nevada entra en quiebra, inmediatamente recibirá fondos federales y será sostenido por el resto de la Unión. Si España tiene dificultades, los tratados europeos prohibían expresamente que el Banco Central Europeo o cualquier otro país pueda prestarle dinero directamente[2].

El principal obstáculo a que se establezca una verdadera solidaridad europea y a que países como España, Italia, Grecia o Portugal puedan librarse del yugo de los mercados está en la negativa de otros países como Alemania, Austria, Holanda o Finlandia, que no cesan de exigir sacrificios, dolor y humillaciones a los países que están en dificultades. Y esa actitud tiene un nombre: SADISMO.

¿Y a qué viene tanto sadismo? Hablaremos de ello en las siguientes entradas.






[1] Las agencias de calificación son empresas privadas que se dedican a calificar la seguridad de los títulos que se intercambian en los mercados financieros, entre ellos los títulos de deuda pública emitidos por los Estados. Muchísimos analistas critican el papel que han jugado en el estallido de la crisis. Hablaré de ellas en futuras entradas.
[2] esta situación se ha matizado en los últimos años, aunque como veremos en futuras entradas, ha sido peor el remedio que la enfermedad.

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