Llevo unos días
queriendo escribir sobre la deriva neoliberal en la que está inmersa desde hace
más de veinte años la Unión Europea y sobre la decisiva contribución que han
tenido los últimos tratados europeos en el empeoramiento de la crisis económica
de los distintos países. El tema me parece muy interesante, sobre todo porque
creo que la inmensa mayoría de los ciudadanos ignora hasta qué punto se están
socavando los mismísimos principios de democracia y solidaridad en Europa.
Sin embargo, hasta
dentro de unos días no podré ponerme a preparar ese post en serio, así que como
miniaperitivo a esa futura entrada (o serie de entradas, si el artículo se alarga
y tengo que dividirlo en capítulos), para todos aquellos que aún no lo sepan,
explicaré brevemente qué es la prima de riesgo y por qué todo el padecimiento
que estamos sufriendo por ella es culpa de Europa.
Como cualquier agente económico, el Estado tiene una serie
de gastos e ingresos. Se supone que los ingresos han de ser suficientes para
cubrir los gastos, pero por distintos motivos esto no es así:
•
el Estado puede realizar una serie de
inversiones en infraestructuras cuyo coste es muy elevado y no podría
desembolsarse de una vez.
•
el Estado tiene que realizar pagos mensuales
como las pensiones, el salario de los funcionarios o las prestaciones por
desempleo mientras que la liquidación de muchísimos impuestos tiene plazos más
largos (por ejemplo, el IVA se liquida trimestralmente y el Impuesto de
Sociedades anualmente), por lo que no tendría liquidez para hacer frente a esos
pagos (no tendría cash, que diríaCarmen Lomana).
•
y, por supuesto, también cabe la posibilidad de
que el Estado haya derrochado el dinero de forma irresponsable y populista y no
pueda sufragar todos sus gastos con los impuestos.
Sea como sea, la cuestión es que los impuestos no bastan
para sufragar todas las necesidades de dinero y/o liquidez del Estado. Para
obtener ese dinero o liquidez suplementaria, los distintos países venden
obligaciones en los mercados financieros. Una obligación es un título cuyo emisor
se convierte en deudor de quien compre dicho título por un importe igual al
valor nominal de la obligación más unos intereses. Las obligaciones que emiten
los países (o entes territoriales como las comunidades autónomas) se denominan
deuda pública.
El interés de la obligación no es otra cosa que el “precio”
que hay que pagar por financiarse. Este interés no lo fija cada estado, sino
que lo determina el funcionamiento del mercado como ocurre con cualquier bien. En
los mercados financieros, este interés depende de varios factores, pero el más
importante es la “fiabilidad” del emisor, es decir, la confianza que el país
emisor del título inspire en los posibles compradores. Si a juicio de los
inversores un país no es “fiable”, exigirán más intereses para compensar el
riesgo que asumen al prestarle dinero.
Como Alemania es la economía más potente de Europa, se utiliza
como referencia para medir la marcha de los demás países y poner precio a sus
respectivos títulos de deuda pública. De este modo, la famosa prima de riesgo no
es otra cosa que la diferencia que hay entre el interés que se paga por el bono
español con vencimiento a diez años y el bono alemán. Esta diferencia se mide
en centésimas de puntos porcentuales, que se denominan “puntos básicos”. Así,
si la prima de riesgo es de 354 puntos, eso significa que el interés del bono
español a diez años está 3’54 puntos porcentuales por encima que el del bono
alemán (si el interés del bono alemán fuera del 1’58 %, el del bono español sería
entonces del 5’12 %).
Cuanto peor sea la situación de un país, o las expectativas
en torno al mismo, mayor serán los tipos de interés que se exigirán a sus títulos
de deuda pública. Y cuanto menor sea la cantidad que los inversores quieran
comprar de un título, mayor será el interés que habrá que ofrecer por el mismo
para hacerlo atractivo y poder colocarlo en el mercado.
Hasta hace unos años, la posibilidad de que un Estado
quebrara y de que, por tanto, no pudiera pagar a sus acreedores era muy remota
(por no decir imposible en el caso de países desarrollados). Sin embargo, la
crisis financiera de 2008 dio lugar a acontecimientos hasta entonces
impensables como la quiebra de gigantes del tamaño de Lehman Brothers o AIG. Por
otro lado, no están tan lejanos episodios como la salida de Argentina de la
paridad con el dólar o incluso la ruptura del Sistema Monetario Europeo en
1992, cuando un único especulador, el financiero George Soros, sometió al Banco
de Inglaterra y provocó la devaluación de la libra esterlina. Con estos
antecedentes, ¿por qué no podría estallar la zona euro?
El problema de los mercados financieros es que sus pronósticos
son auto realizables, y los operadores que participan en él lo saben de sobra. Basta
con que un rumor o una agencia de calificación[1]
pongan en duda la solvencia de un país para que los grandes fondos de pensiones
que buscan seguridad pongan a la venta los títulos que tengan de ese país, lo
que provocaría un aumento de los tipos de interés que dicho país tiene que pagar
para colocar su deuda. Esta mayor presión sobre las cuentas del Estado sembraría
nuevas dudas sobre su solvencia, lo que llevaría a nuevos rumores, ventas y
subidas de tipos. Al final de ese círculo vicioso, no es descartable que un país
pueda acabar declarándose incapaz de pagar sus deudas.
Por tanto, países como España o Italia se encuentran en un
callejón sin salida. Agencias de calificación y agentes del mercado exigen que
estos países lleven a cabo profundos recortes en sus programas de gasto para
garantizar así que cobrarán lo que se les debe. Sin embargo, los recortes
frenan el crecimiento del país y empeoran su situación, lo que les obliga a
recurrir otra vez a los mercados para conseguir financiación y a una nueva
ronda de recortes.
Sin embargo, el problema principal que afrontan España e
Italia es que no tienen un Banco Central al que recurrir. Tradicionalmente, los
bancos centrales actúan como prestamistas de último recurso de un país. Si un
Estado no encontraba compradores para su deuda pública, podía acudir a su banco
central para que se la comprase, aunque hiciera falta imprimir dinero para
hacerlo. De este modo no sólo se colocaban las emisiones de deuda, sino que se
garantizaba que un país siempre contaría con el aval de su banco central y no
podría quebrar.
En la unión monetaria no es así. Por expreso mandato del
Tratado de Maastricht, el Banco Central Europeo no puede comprar deuda pública
de los países de la zona euro y se prohíbe la solidaridad o préstamos entre
estados. De este modo, cada uno de los países del euro se encuentra sólo y
desprotegido ante los mercados financieros. Esta situación contrasta
poderosamente con la de países como Estados Unidos o el Reino Unido, que pueden
acudir (y de hecho acuden) a sus bancos centrales cuando necesitan financiación
y no están sometidos a la dictadura de los mercados financieros.
Comparemos el caso de España con el de cualquier estado de
Norteamérica. Si el estado de Nevada entra en quiebra, inmediatamente recibirá
fondos federales y será sostenido por el resto de la Unión. Si España tiene
dificultades, los tratados europeos prohibían expresamente que el Banco Central
Europeo o cualquier otro país pueda prestarle dinero directamente[2].
El principal obstáculo a que se establezca una verdadera
solidaridad europea y a que países como España, Italia, Grecia o Portugal
puedan librarse del yugo de los mercados está en la negativa de otros países
como Alemania, Austria, Holanda o Finlandia, que no cesan de exigir sacrificios,
dolor y humillaciones a los países que están en dificultades. Y esa actitud
tiene un nombre: SADISMO.
¿Y a qué viene tanto sadismo? Hablaremos de ello en las siguientes entradas.
¿Y a qué viene tanto sadismo? Hablaremos de ello en las siguientes entradas.
[1] Las
agencias de calificación son empresas privadas que se dedican a calificar la
seguridad de los títulos que se intercambian en los mercados financieros, entre
ellos los títulos de deuda pública emitidos por los Estados. Muchísimos
analistas critican el papel que han jugado en el estallido de la crisis. Hablaré
de ellas en futuras entradas.
[2] esta
situación se ha matizado en los últimos años, aunque como veremos en futuras
entradas, ha sido peor el remedio que la enfermedad.
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